30 agosto 2010

Hija de la Luna - 1

Las lágrimas de color carmesí resbalaban por sus pálidas mejillas para acabar cayendo en la nieve que se había posado en el suelo del callejón.
Y, desde lo alto del cielo, la Luna miraba expectante la escena. Veía como su hija lloraba desconsoladamente. ¿Que podía hacer? Ya le había dado las estrellas eternamente. Y no podía bajar a consolarla, esa era la promesa.
Tendría que bagar por un mundo cambiante noche tras noche. Ver desaparecer a todos los humanos que quería y no poderlo remediar más que de una manera: cambiando su existencia.
Eso le había roto el corazón, convirtiéndola en un monstruo. No se apiadaba de nadie, no se permitía sentir emociones humanas por miedo a sufrir, como le había ocurrido esa fría y tempestuosa noche de Diciembre.
Alguien se acerco por el callejón, llamado por los sollozos de frágil belleza.
Era un joven ataviado con una gruesa capa de piel de lobo. Llevaba el pelo atado con una cinta de cuero en una coleta. La mitad superior de su cara era el único trozo de él que estaba al descubierto. De esta mitad destacaban la punta de la nariz y sus mejillas, que estaban enrojecidas por el frío glacial. Parecía ser de clase alta, uno de esos jóvenes que viven en una mansión y van a bailes en busca de la esposa ideal.
La Luna espero intrigada, mientras el joven seguía andando hacia su Destino, preguntándose como reaccionaria su hija cuando este preguntara educadamente que le ocurría.

“¿Que le ocurre bella damisela?” Preguntó el muchacho con voz aterciopelada.
La sorpresa invadió la cara de la muchacha pero esa fue su única reacción. Ni salio corriendo rauda como el rayo, ni saltó a la yugular del joven; y esas eran las dos reacciones que se esperaba la Luna, su madre, quien creía conocerla a la perfección.

Esa noche algo había canbiado en la muchacha, ya no escapaba de su pasado.
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