23 enero 2014

The angels of darkness - 10

Cuando se desató la tormenta me encontraba andando hacia la casa de Bloody. Hacía días que no sabía nada de ella. La última vez que habíamos hablado fue en la comisaría, mientras esperábamos ser interrogadas por milésima vez en una semana.
Cogí un atajo que casi había olvidado, era un callejón oscuro y enmohecido que olía a orina y a basura. Entre las abandonadas bolsas de desechos corrían peluda y sucias ratas, soltando chillidos de irritación por mi disturbio. Apenas veía por donde andaba, la luz se había extinguido y la lluvia me impedía ver nada más allá de mis pies. Como era de esperar, al fin tropecé sin querer con un botellín de cerveza, que se estrelló contra una piedra rompiéndose en mil pedazos, y un gato medio calvo salió corriendo tras pegar un maullido diabólico.
Me dio un vuelco el corazón y mi respiración se acelero. Podía saborear el asqueroso olor a podredumbre incluso através del pañuelo que me cubría la boca y la nariz. Abracé con fuerza las bolsas de la compra contra mi pecho, en un intento por tranquilizarme y eché a correr hacia la salida de ese infierno mundano, maldiciendo en mi fuero interno la horrorosa idea que había tenido.

No paré hasta llegar a la portería de Bloody, empapada y tiritando llame al timbre. Una, dos, tres veces... Pero nadie contestó. Esperé pacientemente y lo volví a intentar. No despegué el dedo del timbre hasta que salió un vecino del edificio y me informó de que, la familia que vivía en ese piso, se había ido temprano esa mañana en un coche lleno de maletas.
Resignada y algo preocupada me fui. Era hora de volver a casa, empezaba a no sentirme las piernas ni las manos y tenia que llegar a tiempo para la comida, ya que yo llevaba la mitad de los ingredientes. Esta vez solo tomé las calles mas transitadas.

Estaba bien vivir en una casita con jardín a las afueras, especialmente en verano, pero los días que hacía mal tiempo era horroroso. La casa se mecía con las fuertes rachas de viento, se oían ruidos espeluznantes por todas partes... y si querías ir al centro del pueblo, sin coche, tenías algo más de media hora de paseo.

Maldiciendo todos los contras de vivir en un lugar apartado fui pasando el tiempo hasta llegar, por fin, al deseado hogar. Las luces del porche y de la segunda planta estaban encendidas. Abrí la puerta y el calor me recibió con los brazos abiertos, como dos amantes que se reencuentran, disfruté de la agradable sensación, dejé que fuera calando en mí, secándome el pelo mechón a mechón. Subí directamente a la segunda planta, deteniéndome solo para dejar las bolsas de la compra al lado de la escalera, y entré en el baño. Me desnudé trabajosamente, la ropa se me pegaba a la piel, resistiéndose a ser abandonada en un rincón del suelo del baño. Entré en la ducha, abrí el agua al máximo y dejé que se llevara el poco helor que me quedaba. Poco a poco el cuerpo torno a su color rosado natural.

Cuando por fin estuve seca y arrebujada en mi calentita bata, me decidí a buscar a mi madre, que aun no había dado señales de estar por casa. La llamé por su nombre pero no contestó, fui a su habitación donde solo encontré la cesta de la ropa sucia tirada en el suelo con todo su contenido desperdigado por el suelo. Eso me pareció extraño, ya que ella solía ser muy ordenada y meticulosa. Seguí mi búsqueda por el resto del piso pero no me pareció ver nada más fuera de lugar. Bajé por las escaleras, las bolsas seguían donde las había dejado, las cogí y me dirigí a la cocina.

Preparé una lasaña de carne con bechamel y queso. Me tomé la mitad y guardé el resto en el horno aun caliente, para que se mantuviera a buena temperatura por si aparecía mi madre. Me adentré en el salón-comedor dispuesta a echarme la siesta en el sofá y entonces vi el destrozo. Había una silla tirada en el suelo con algunas patas rotas, la librería tenía un par de estantes partidos y los libros estaban esparcidos por el suelo. Horrorizada anduve por el pasillo en dirección al jardín trasero ya que era la única zona de casa que aun no había oteado. La puerta estaba abierta y yo no llegaba a comprender como se me había pasado por alto todo aquello al llegar a casa.
A esas alturas solo deseaba con todas mis fuerzas que no hubiera pasado lo que mas me temía. Mi madre tenía que estar bien, era mí pilar de apoyo, una de las pocas personas de la familia que me quedaban, el único progenitor que conocía.

Fui aflojando el paso a medida que me acercaba al temido final. Me asomé al jardín con el corazón en un puño y sentí que caía en una espiral de desesperación y dolor. 








Espero que os guste esta décima parte, lo he dejado muy colgado pero os prometo que en breve colgaré la continuación. A de más, es bastante obvio lo que va a pasar, ¿no?

Toneladas de besos vampíricos... y hasta pronto.

1 comentario:

  1. Excelente entrega, siento el frío de la lluvia y el olor del hogar, con un escalofrío recorriendo mi cuerpo al llegar al final, avanzando hacia la puerta...

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