Cogí un atajo que casi había olvidado, era un callejón
oscuro y enmohecido que olía a orina y a basura. Entre las abandonadas bolsas
de desechos corrían peluda y sucias ratas, soltando chillidos de irritación por
mi disturbio. Apenas veía por donde andaba, la luz se había extinguido y la
lluvia me impedía ver nada más allá de mis pies. Como era de esperar, al fin tropecé
sin querer con un botellín de cerveza, que se estrelló contra una piedra
rompiéndose en mil pedazos, y un gato medio calvo salió corriendo tras pegar un
maullido diabólico.
Me dio un vuelco el corazón y mi respiración se acelero.
Podía saborear el asqueroso olor a podredumbre incluso através del pañuelo que
me cubría la boca y la nariz. Abracé con fuerza las bolsas de la compra contra
mi pecho, en un intento por tranquilizarme y eché a correr hacia la salida de
ese infierno mundano, maldiciendo en mi fuero interno la horrorosa idea que
había tenido.
No paré hasta llegar a la portería de Bloody, empapada y
tiritando llame al timbre. Una, dos, tres veces... Pero nadie contestó. Esperé
pacientemente y lo volví a intentar. No despegué el dedo del timbre hasta que
salió un vecino del edificio y me informó de que, la familia que vivía en ese
piso, se había ido temprano esa mañana en un coche lleno de maletas.
Resignada y algo preocupada me fui. Era hora de volver a
casa, empezaba a no sentirme las piernas ni las manos y tenia que llegar a
tiempo para la comida, ya que yo llevaba la mitad de los ingredientes. Esta vez
solo tomé las calles mas transitadas.
Estaba bien vivir en una casita con jardín a las afueras,
especialmente en verano, pero los días que hacía mal tiempo era horroroso. La
casa se mecía con las fuertes rachas de viento, se oían ruidos espeluznantes
por todas partes... y si querías ir al centro del pueblo, sin coche, tenías
algo más de media hora de paseo.
Maldiciendo todos los contras de vivir en un lugar apartado
fui pasando el tiempo hasta llegar, por fin, al deseado hogar. Las luces del
porche y de la segunda planta estaban encendidas. Abrí la puerta y el calor me
recibió con los brazos abiertos, como dos amantes que se reencuentran, disfruté
de la agradable sensación, dejé que fuera calando en mí, secándome el pelo
mechón a mechón. Subí directamente a la segunda planta, deteniéndome solo para
dejar las bolsas de la compra al lado de la escalera, y entré en el baño. Me
desnudé trabajosamente, la ropa se me pegaba a la piel, resistiéndose a ser
abandonada en un rincón del suelo del baño. Entré en la ducha, abrí el agua al
máximo y dejé que se llevara el poco helor que me quedaba. Poco a poco el
cuerpo torno a su color rosado natural.
Cuando por fin estuve seca y arrebujada en mi calentita
bata, me decidí a buscar a mi madre, que aun no había dado señales de estar por
casa. La llamé por su nombre pero no contestó, fui a su habitación donde solo
encontré la cesta de la ropa sucia tirada en el suelo con todo su contenido desperdigado
por el suelo. Eso me pareció extraño, ya que ella solía ser muy ordenada y
meticulosa. Seguí mi búsqueda por el resto del piso pero no me pareció ver nada
más fuera de lugar. Bajé por las escaleras, las bolsas seguían donde las había
dejado, las cogí y me dirigí a la cocina.
Preparé una lasaña de carne con bechamel y queso. Me tomé la
mitad y guardé el resto en el horno aun caliente, para que se mantuviera a
buena temperatura por si aparecía mi madre. Me adentré en el salón-comedor
dispuesta a echarme la siesta en el sofá y entonces vi el destrozo. Había una
silla tirada en el suelo con algunas patas rotas, la librería tenía un par de
estantes partidos y los libros estaban esparcidos por el suelo. Horrorizada anduve
por el pasillo en dirección al jardín trasero ya que era la única zona de casa
que aun no había oteado. La puerta estaba abierta y yo no llegaba a comprender
como se me había pasado por alto todo aquello al llegar a casa.
A esas alturas solo deseaba con todas mis fuerzas que no
hubiera pasado lo que mas me temía. Mi madre tenía que estar bien, era mí pilar
de apoyo, una de las pocas personas de la familia que me quedaban, el único
progenitor que conocía.
Fui aflojando el paso a medida que me acercaba al temido
final. Me asomé al jardín con el corazón en un puño y sentí que caía en una
espiral de desesperación y dolor.
Espero
que os guste esta décima parte, lo he dejado muy colgado pero os prometo que en
breve colgaré la continuación. A de más, es bastante obvio lo que va a pasar,
¿no?
Toneladas de besos vampíricos... y hasta pronto.
Excelente entrega, siento el frío de la lluvia y el olor del hogar, con un escalofrío recorriendo mi cuerpo al llegar al final, avanzando hacia la puerta...
ResponderEliminar