07 marzo 2017

The angels of darkness - 23

Caí inconsciente. No recuerdo nada a parte de sus ojos y de las pesadillas que los prosiguieron.

Volvieron a mi mente los macabros escenarios de los asesinatos acontecidos en el pueblo. Esos recuerdos que había conseguido reprimir durante las últimas semanas. Las horribles imágenes que había desterrado en un abandonado y oscuro rincón de mi mente, habían vuelto para atormentarme una vez más. Y esta vez eran más nítidas de lo habitual.

Aunque era consciente de que me revolvía intentando escapar de los recuerdos, no era capaz de despertar, de abrir los ojos y huir de las pesadillas. Estaba atrapada en el brazo del sueño profundo.

Me asaltaron las mismas emociones que cuando encontré el cadáver en el altillo de la mansión. Mi mente se enturbió por el efecto del pánico. Un sollozo entrecortó mi respiración y el sabor a podredumbre volvió a mi boca. De nuevo mis manos estaban pegajosas, manchadas de sangre.

Con los ojos vidriosos volví a ver el cuerpo de pálida piel tendido encima de la mesa, su perfección solo perturbada por unos profundos cortes por los que borboteaba la sangre más roja que jamás había visto. Una brazo sobresalía de la mesa, dejando colgar la esbelta mano de uñas en carne viva, casi arrancadas por completo durante la feroz lucha por sobrevivir.
El largo cuello de cisne no llevaba a ninguna parte, puesto que la hermosa chica había sido decapitada. No era un corte limpio, estaba formado por un conjunto de profundo tajos que dejaban ver el hueso, astillado, diseminando sobre la cada vez más podrida carne, pequeños fragmentos de refulgente blancura sobre el destrozo carmesí.

Mis sollozos eran cada vez más fuertes y, por momentos, mi respiración más escasa.
Y entonces cambió el escenario.

Ahora me encontraba en casa. El salón estaba patas arriba, los libros cubrían el suelo de delante de la estantería. Fuertes rachas de viento entraban por la puerta que daba al patio trasero, que se encontraba abierta de par en par. Una vez más recorrí ese tramo de pasillo, con el corazón en un puño a pesar de saber que me esperaba al final. Di un último paso y me planté en el porche trasero. 

De nuevo estaba contemplando lo que más temía en este universo.

No podía ver su rostro porque estaba echada boca abajo sobre la hierba del patio, que seguía mojada por la lluvia que había caído ese mediodía, pero sabía que era ella. Su pierna derecha estaba doblada en un extraño ángulo. Su brazo izquierdo extendido por delante de su cabeza, con los dedos estirados en un intento inútil por coger el móvil que se encontraba a medio metro más allá. Su cuerpo estaba retorcido en un último intento de escabullirse.

Era extraño y doloroso contemplar su pelo, siempre inmaculado y perfectamente recogido en una trenza, ahora revuelto y bailando al son del enfurecido viento, que, de vez en cuando, dejaba ver su cuello lleno de magulladuras.

Pero, como esa tarde, no soy capaz de dar un paso más para acercarme a ella, arrodillarme a su lado, apartarle el pelo de la cara y acariciar su fría mejilla. No soy capaz de susurrarle al oído, por última vez, lo mucho que la quiero.
No encontré la fuerza necesaria para hacerlo y siempre me recriminaré por ello.

Y al fin, en un mar de lágrimas y con el cuerpo dolorido de tanto estremecerme, desperté.

Estaba de nuevo en mi habitación, sobre la cama de sabanas revueltas y almohadas empapadas por mi llanto. No me moví, tan solo me quedé allí echada sin poder parar de llorar, luchando por seguir respirando entre los sollozos que desgarraban mi pecho.






Aquí tenéis un nuevo fragmento de la historia.
Espero que os guste aunque sea un tanto oscura.

Como siempre... ¡Muchos moriscos!


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